mardi 12 octobre 2010

El escándalo de los últimos premios Nobel

 

11 Octubre 2010 2 Comentarios
Por Juan Marrero
Una vez más, los premios Nobel de la Paz y de Literatura han sido otorgados a personajes que han sido instrumentos mediáticos de la derecha internacional.
En el 2010, lo reciben Lio Xiabo, un “disidente” condenado a 11 años de cárcel por subversión para desestabilizar al gobierno de China, y el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa, con obras literarias de ficción de excelencia, pero con un comportamiento político y ético muy distante de sus libros y que lo descalifica ante los ojos de los pueblos.
A nadie ya sorprende que los Nobel de la Paz y de Literatura, entregados por una comisión del parlamento de Oslo y por la Academia de Suecia, respectivamente, en cumplimiento del testamento de Alfredo Nobel, se adjudiquen, en no pocas ocasiones, a figuras que puedan servir al gran capital económico y financiero internacional para sus campañas de subversión y desestabilización de países y pueblos que luchan por un mundo de paz y justicia social.
El oportunismo político ha estado presente en los premios otorgados a Lio Xiabo y a Vargas Llosa. Objetivos de los poderosos:
1) Detener la impetuosa marcha de la economía de China, que bajo las banderas del socialismo ha logrado elevar el nivel de vida de un considerable por ciento de sus ya casi de 1 300 millones de habitantes, a la vez que se ha convertido con la irrupción de sus productos y tecnologías en el mercado internacional, así como su apoyo y solidaridad con los países del llamado Tercer Mundo, en un elemento de peligrosidad para los grandes intereses del capitalismo;
2) Detener los aires de independencia e integración en la región de América Latina, impulsados por Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros países que han logrado crear mecanismos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) o UNASUR, donde emprenden múltiples acciones en campos diferentes para la defensa de la soberanía y conquistas sociales, e incluso van más allá concertando posiciones en cuestiones como detener la guerra nuclear o el cambio climático.
En el fondo, aunque sabemos que jamás los “expertos” que adjudicaron esos galardones lo reconocerán, prevalecieron motivaciones ideológicas y políticas en tales decisiones, al igual que ocurrió el año pasado cuando dieron el Nobel de la Paz al presidente Obama cuando aún mantenía las criminales guerras de Irak y Afganistán, y amenazaba a Irán. O cuando se lo dieron en 1989 al Dalai Lama, otro “disidente”chino, a Andrei Sajarov en 1975, otro “disidente” de la desaparecida Unión Soviética, o a Henry Kissinger en 1973, semanas después del golpe fascista en Chile, del cual fue uno de sus promotores, y cuando aún el ruido de las bombas, las ametralladoras y los fusiles del imperialismo norteamericano estremecían a Viet Nam. Recordemos que esto último resultaba tan  escandaloso que junto a Kissinger se otorgó el Nobel de la Paz al dirigente revolucionario vietnamita Le Duc Tho, quien en un digno gesto lo declinó pues aún no había paz en Viet Nam. Entonces solo se habían iniciado las conversaciones de paz en París y las tropas de Estados Unidos seguían destruyendo y causando dolor en Viet Nam.
Lo de Vargas Llosa no tiene parangón. Cierto es el innegable talento demostrado en sus novelas, pero sus posiciones políticas y criterios muchas veces agresivos y ofensivos sobre lo que acontece en América Latina o sobre aquellos que están al frente de las luchas por hacer realidad las más caras aspiraciones de sus pueblos, llevan a que una mayoría no pueda compartir el Nobel de Literatura que se le ha adjudicado.
En las páginas de El País, en conferencias de intelectuales, en su aula de la Universidad norteamericana de Princeton, Vargas Llosa arremete periódicamente contra Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y contra sus dirigentes. Emplea los vocablos más groseros contra ellos. Construye frases para intentar ridiculizarlos. A Chávez, por ejemplo, lo llamó recientemente “comandante de marras, con voz tonitronante” y “dinosaurio”. De Evo y Correa ha dicho que forman parte de “una izquierda reaccionaria, troglodita”. Cuando habla de esos cuatro países los califica de “dictaduras”. En fin, usa el mismo lenguaje de los Bush, los Aznar y otros políticos de ultraderecha que están cegados por el odio y la venganza, y de cuyos labios solo brotan palabras y frases huecas e insensatas.
No en balde, desde hace muchos años, el literato Vargas Llosa es halagado y arropado por las derechas. Las del Imperio y las de Europa. Se sabe que entre sus amistades predilectas figura Aznar, y también aquellos que se encargan de promoverlo, elogiarlo, editarlo, premiarlo y traducirlo como a pocos escritores en el mundo. Ahora, como es Premio Nobel de Literatura, lo harán mucho más. Y demandarán, por supuesto, de Vargas Llosa que opine mucho más en los medios de comunicación sobre lo que conviene al neoliberalismo, a las transnacionales, al capitalismo, al Imperio… y que intensifique sus ataques a las posiciones y actitudes de la izquierda.
Aun no ha recibido el dinero del Nobel de Literatura, lo que será en diciembre, y ya Vargas Llosa empezó a hablar. Una de sus primeras declaraciones fue para saludar el Premio Nobel de la Paz al “disidente” chino, y, como era de esperar, atacar al gobierno de China. “Muchas veces -dijo-se olvida que China como esta alcanzando éxitos económicos extraordinarios sigue siendo una dictadura”.
Tal es la catadura moral de este escritor. Hace 26 años un prestigioso poeta y ensayista latinoamericano, el uruguayo Mario Benedetti, desenmascaró y desnudó por completo a Mario Vargas Llosa, luego que éste en una entrevista a una publicación italiana atacó a la mayoría de los intelectuales latinoamericanos, a los que acusó de “corruptos” e incapaces de hacer algo que él hizo con relación a los gobiernos de izquierda, y en particular la Revolución Cubana,  al dejar de sentirse “zombi, robot, instrumento”.
Recomiendo que se busque en Internet esa respuesta de Benedetti, titulada “Ni corruptos ni contentos…”. Lo que escribió Benedetti es insuperable para poder caracterizar al flamante Nobel de Literatura, reconociendo por supuesto su talento literario y sus deslices y miserias como ser humano. En varios sitios de Internet está aún lo escrito por Benedetti. Les ofrezco uno de ellos:

Ni Corruptos Ni Contentos…

Por Mario Benedetti
El innegable talento demostrado por Mario Vargas Llosa en sus siete novelas, los premios y honores acumulados en más de veinte años, así como la extraordinaria difusión alcanzada por sus libros, han generado y generan una razonable expectativa ante cada uno de sus comentarios y opiniones, aun cuando no se limiten al campo específico de la literatura.
En los últimos años, el autor de La casa verde ha mostrado cierta preocupación por explicar sus preferencias y desencantos políticos. Entre las primeras figura, por ejemplo, el Gobierno de su país, encabezado por Fernando Belaúnde Terry; entre los segundos están la revolución cubana y, de un tiempo a esta parte, la revolución sandinista. Desde 1960 a la fecha, Vargas Llosa ha efectuado un viraje espectacular en sus predilecciones políticas, y si bien siempre se ha esforzado por demostrar que su desvelo especial es la libertad, lo cierto es que hace quince años era entusiastamente apoyado por las izquierdas latinoamericanas, y hoy en cambio es halagado y arropado por las derechas. Es claro que en aquel apoyo y en este sostén caben anchas franjas de malentendidos que no corresponden al autor en cuestión, pero de todas maneras son señales a tener en cuenta. Las izquierdas suelen equivocarse en sus fervores; las derechas, casi nunca.
Me parece absolutamente legítimo que un escritor, y más si es alguien conocido y admirado como Vargas Llosa, se sienta tan presionado por la realidad como para pronunciarse frecuentemente sobre ella. La circunstancia de que muchos intelectuales latinoamericanos, a pesar de no practicar la obsecuencia ni la obediencia ciega que suele atribuirnos Vargas Llosa, mantengamos nuestra adhesión a las revoluciones de Cuba y Nicaragua no nos impide comprender que vanos aspectos de esas realidades hieran, vulneren o incluso descalabren ciertas pautas y arquetipos de otros intelectuales. De modo que mientras Vargas Llosa se limitó a expresar su visión personal de lo que consideraba un sistema político ideal (modelo que, con los años, se fue desplazando de Cuba a Israel), así como sus implacables juicios ante los arduos procesos revolucionanos, la distancia entre sus posiciones y las de la mayoría de los intelectuales latinoamericanos sigue creciendo, pero el respeto mutuo se mantuvo. Hoy Vargas Llos reconoce de manera explícita (véase la entrevista concedida a Valeno Riva en Panorama, Roma, 2 de enero de 1984) que su postura es francamente rninoritana entre los intelectuales de nuestros países. Esa comprobación no sólo lo sacude y lo irrita, sino que lo lleva a un nivel de agravios que no suele ser moneda corriente en el mundo cultural latinoamericano, donde siempre han existido y coexistido enfoques diversos y hasta contradictorios.
Frecuentemente leo artículos de Vargas Llosa y entrevistas que concede a los medios de comunicación; sin embargo, en el reportaje de Panorama antes mencionado encuentro por vez primera algunas tajantes afirmaciones que nunca vi reflejadas en sus colaboraciones latinoamericanas. Pude leer esa nota porque unos amigos me la enviaron desde Italia debido a que yo era allí directamente aludido. Corruptos y contentos titula Valerio Riva a toda página el artículo en cuestión, sintetizando así el diagnóstico de su ilustre interlocutor acerca de sus colegas latinoamericanos. Sólo menciona tres excepciones (aclara que «hay que buscarlas con linterna»); Octavio Paz, Jorge Edwards y Ernesto Sábato, pero tengo mis dudas de que este último se sienta halagado por integrar la terna. Según declara Vargas Llosa, el llamado caso Padilla le restituyó la soberanía individual, y desde entonces ya no se siente «una suerte de zombi, de robot, de instrumento», como sugiere que todavía han de sentirse muchos de sus colegas. Traza una línea divisoria entre los intelectuales de Europa y los de América Latina: «Entre los intelectuales europeos de izquierda ha tenido lugar un saludable replanteamiento, pero en América Latina la mayoría baila aún obedeciendo a reflejos condicionados, como el perro de Pavlov». Cuando Valerio Riva le pregunta cuántos y quiénes son esos «intelectuales condicionados», Vargas Llosa responde: «Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y Julio Cortázar. Éstos son los más ilustres, pero luego hay un número infinito de intelectuales medianos y menores, todos perfectamente manipulados, subordinados, corruptos. Corruptos por el reflejo condicionado del miedo de afrontar el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda. (…) Intelectuales respetabilísimos tragan las mentiras más infames simplemente para no ser triturados por ese mecanismo de difamación».
Entiendo que el propio Vargas Llosa no es una aceptable prueba de su teoría, ya que desde hace años se viene despachando a gusto sobre algunas de nuestras más firmes convicciones, y sin embargo no parece haber sido muy triturado: no sólo no recuerdo que nadie lo haya tratado de «corrupto y contento», ni siquiera de «perro de Pavlov», sino que más bien ha sido promocionado, elogiado, editado, premiado y traducido como pocos escritores de este mundo. Tal vez su caso podría ser ejemplo del extraordinario apoyo que puede lograr un escritor cuando, además de producir excelentes obras, ataca las posiciones y actitudes de izquierda. Realmente, Vargas Llosa no es demasiado convincente como modelo de intelectual triturado. Pero no se detiene allí: «En los países del Tercer Mundo y sobre todo en América Latina, el intelectual es un elemento fundamental del subdesarrollo. No es alguien que lucha contra el subdesarrollo, sino que él mismo es un factor de subdesarrollo, ya que es un gran propagador de estereotipos y crea reflejos intelectuales condicionados. Al repetir todos los lugares comunes de la propaganda, termina por obstruir cualquier posibilidad de creación de nuevas fórmulas de liberación», Tengo la impresión de que la teoría de los reflejos condicionados ha ido condicionando a Vargas Llosa. Gracias a Pavlov sabemos ahora que el subdesarrollo no es una consecuencia del desarrollado y sub-desarrollante imperialismo, ni de las intocables transnacionales, ni del extendido analfabetismo, sino del alfabetizado y maligno intelectual. Toda una revelación, aunque nos sea difícil imaginar (quizá debido a que somos zombis o robots) que Carpentier o Neruda resulten más culpables de nuestras miserias que la United Fruit o la Anaconda Copper Mining. Es probable que cuando Vargas Llosa menciona el carácter corrupto (y contento) de la mayoría de los escritores latinoamericanos esté pensando en el oro de Moscú. Lamentamos desilusionarlo. Ni los mejores atornillados robots de entre nosotros hemos tenido acceso a esa cuota áurea. Supongo que no se referirá a los derechos de autor generados en los países socialistas, en primer término porque son harto dificiles de cobrar, y en segundo, porque el propio Vargas Llosa ha sido profusamente publicado por las editoriales comunistas.
A un intelectual del alto rango artístico de Vargas Llosa debe exigírsele una mínima seriedad en los planteos políticos, particularmente cuando éstos ponen en entredicho la probidad de sus colegas. Hablar de «corruptos y contentos» en una rejón del mundo en la que hay tantos intelectualesperseguidos, prohibidos, exiliados; donde hay por lo menos veintiocho poetas (incluido su compatriota Javier Heraud) que perdieron la vida por causas políticas; un continente que ha conocido el holocausto de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo; la desaparición de Julio Castro; el asesinato de Roque Dalton e Ibero Gutiérrez; la prisión de Carlos Quijano y Juan Carlos Onetti; la tortura de Mauricio Rosencof y la muerte heroica de Leonel Rugania; hablar de «corruptos y contentos» en ese marco de discriminación y de riesgo, de amenazas y de crimen es, por lo menos, una actitud insoportablemente frívola.
Ni corruptos ni contentos. El segundo calificativo es casi tan grave como el primero, y revela el mismo desconocimiento del material humano que hoy sostiene y profundiza la cultura de América Latina. ¿Cómo podremos estar contentos si en cada minuto muere un niño en América Latina debido ahambre o a enfermedad; si cada cinco minutos ocurre un asesinato político en Guatemala; si hay treinta mil desaparecidos en Argentina? Confieso que, en el fondo, ésta ráfaga de agravios, esta virulenta ofensiva que Vargas Llosa dedica a aquellos intelectuales que no comparten sus ideas, me decepciona bastante. Precisamente por haber disfrutado tanto, como lector, de la obra de Vargas Llosa, me entristece particularmente esta injusta diatriba, esta falta de mínimo respeto a quienes, como él, aunque probablemente no tan bien como él, luchamos a diario con la palabra y tratamos de convertirla en literatura, es decir, en patrimonio de todos. Hace tiempo que nos hemos resignado a que no esté con nosotros, en nuestra trinchera, sino con ellos, en la de enfrente, pero en cambio no podemos resignarnos a que, por diferencias ideológicas o amparado quizá en las dispensas de la fama, recurra al golpe bajo, al juego ilícito, para reforzar sus respetables argumentos. Afortunadamente, la obra de Vargas Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor, y seguirá siendo leída con fruición por los zombis, los robots y los perros de Pavlov.
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